Hacia la
medicina de género.
Saúl Franco,
Médico social
Bogotá, 1 de noviembre de 2017.
*Artículo publicado en la edición virtual del
diario El Espectador, de Bogotá.
El género es uno de los campos en los
cuales se hace más obvia y tiene mayores implicaciones la complejidad de los
seres humanos. Partimos generalmente del presupuesto de que el género entre los
humanos es en blanco y negro: hombre y mujer. Pero no es así.
Por siglos se pensó que ciertas
características anatómicas, funcionales o de forma, como la presencia de
órganos sexuales masculinos o femeninos, el tono de voz o tener vello en
ciertas partes del cuerpo eran suficientes para establecer la diferencia entre
hombres y mujeres. Pero no lo son.
Con el desarrollo de la genética se
creyó entonces que ella tendría la solución definitiva para determinar el sexo
de las personas. Si en el paquete genético de alguien estaban los cromosomas X y Y,
se trataba de un hombre. Y si la composición cromosómica incluía dos copias
del cromosoma X, indudablemente se
trataba de una mujer. Pero tampoco es tan así. Si bien en la mayoría de los
casos la norma genética funciona, hay casos de hombres XX y de mujeres XY.
Cuenta también la identidad sexual,
es decir, la respuesta a la pregunta: ¿a qué género siente y cree que pertenece
cada persona? Cuando tal percepción no coincide con las características físicas
y genéticas, se habla de personas “transgénero”, que plantean importantes retos
psico-sociales, médicos y quirúrgicos. Hace
también parte de la complejidad social del género la cuestión de la elección de
pareja. Cada vez más hombres optan
abiertamente por otro hombre como pareja y más mujeres eligen a otra mujer como
su pareja, sin olvidar las personas cuya amplitud de criterio en este sentido
no admite clasificación. Y pesan mucho también los patrones culturales que
intentan delimitar las fronteras del género, con márgenes muy estrechos de
tolerancia y un fuerte contenido machista, patriarcal y moral.
El resultado global de todo lo
anterior es una diferenciación de género que en la mayoría de los casos se ciñe
a las creencias y expectativas culturales, pero también la existencia y el necesario
reconocimiento de otras situaciones y categorías de género, con las
consiguientes dificultades para su asignación, asimilación y adecuado
funcionamiento, y serias consecuencias en la vida personal y en las normas,
representaciones y comportamientos sociales.
En el campo de la salud no se han
tenido suficientemente en cuenta las complejidades del género. No obstante,
cada vez se tiene mayor conciencia e información sobre el tema y se van
configurando prácticas y grupos multidisciplinarios en lo que ya se reconoce
como “medicina de género” o, mejor aún, “medicina con perspectiva de género”.
Entre las múltiples implicaciones del
género en la vida de las personas están justamente las relacionadas con las diferencias
en la frecuencia, desarrollo, respuesta y significados de las enfermedades entre
hombres, mujeres y otras categorías de género. En general se ha pretendido
aplicar por igual a las personas de todos los géneros los mismos criterios, medicamentos
y procedimientos médicos. Pero poco a poco se ha ido viendo que el riesgo de
adquirir ciertas enfermedades, la evolución de una misma enfermedad y la
respuesta al tratamiento varían drásticamente según el género de la persona.
Es tan importante la correcta y bien
informada definición del sexo de cada persona, como un mayor enfoque de género
en la práctica médica, la salud pública y las políticas públicas. Tanto la
existencia de servicios de medicina de género - ya existe uno en Cali, por
ejemplo - como los logros en salud con perspectiva de género, en especial en el
campo de la salud sexual y la salud reproductiva, están en la dirección correcta
de la complejidad, la dignidad y la diversidad humanas, y deben contar con
mayor apoyo del Estado, de los/las profesionales del sector, de la ciudadanía y
de una opinión pública informada y discursiva.
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