Ciencia, dinero
y poder.
Saúl Franco,
Médico social
Washington, 26 de julio de
2017
*Artículo publicado en la edición virtual del
diario El Espectador, de Bogotá.
Teóricamente la ciencia es uno de los
principales fundamentos de nuestro conocimiento de la realidad y debe estar por
encima de otros intereses, en especial económico-políticos. Pero sólo en
teoría. En la realidad, con demasiada frecuencia tanto la ciencia como la
interpretación de los resultados científicos han estado supeditados a intereses
políticos y económicos.
La reciente condena en Francia del
médico neumólogo Michel Aubier a seis meses de cárcel y el pago de 50.000 euros
de multa, es histórica y ejemplarizante.
Pero es sólo un episodio más en un largo y complejo entramado de mentiras,
corrupción y luchas de poder.
El doctor Aubier, profesor de la
universidad Diderot y jefe del servicio de neumología del hospital Bichat de
París, declaró en 2015 ante una comisión del senado francés, a nombre de la Asistencia
Pública Hospitalaria, y enfatizando que no tenía conflicto de intereses que,
desde el punto de vista científico, el impacto del diésel en la contaminación
del aire y en la salud humana era realmente insignificante. Durante años,
Aubier había defendido la misma posición en los medios y ante la comunidad
científica, a pesar de que para entonces ya se sabía de las graves
consecuencias de las emisiones diésel en la contaminación atmosférica y en la
producción de efectos tóxicos, cáncer y alteraciones genéticas en los seres
humanos.
Poco después de dar sus declaraciones
ante el Senado, se supo que Aubier llevaba 20 años como médico asesor de la
petrolera francesa Total – con negocios en 130 países -, de la que había
recibido pagos por más de 300.000 euros sólo entre 2012 y 2014. El escándalo
fue tan grande que, a principios de este año, el propio senado se convirtió en
parte civil ante un Tribunal de París en un juicio contra Aubier por falso
testimonio, que culminó el pasado 5 de julio con la condena anotada.
Abusar de la confianza pública,
ocultar el conocimiento científico y negar un conflicto de intereses,
constituyen faltas graves contra la ética ciudadana y profesional. Su sanción
es necesaria para salvaguardar principios y acuerdos fundamentales del trabajo
científico y de la vida en sociedad. Este episodio recuerda otros enfrentamientos
entre los grandes poderes económicos, la ciencia y la salud pública. Hago
apenas alusión a dos de ellos.
El primero, posiblemente el más
emblemático, se refiere al poderoso lobby político y la millonaria inversión de
la industria tabacalera mundial para tratar de ocultar o poner en duda los
resultados de diversas investigaciones científicas – algunas financiadas por
ella misma – que han demostrado de manera concluyente el poder adictivo de la
nicotina y los devastadores efectos sobre la salud del consumo activo y pasivo
de tabaco. Baste recordar la demanda interpuesta
por la multinacional Philip Morris contra el Estado uruguayo por el impacto
sobre sus finanzas de las medidas, científicamente fundamentadas, que adoptó ese
país contra del consumo de tabaco. Hace un año, por suerte, los tribunales
internacionales fallaron a favor de la salud pública de Uruguay y de todo el
mundo.
El otro dice mucho de lo que pasa y
pasará en la administración Trump en los Estados Unidos. Scott Pruitt, su director
de la Agencia de Protección Ambiental – EPA, por su sigla en inglés – levantó a
finales de marzo pasado la prohibición del uso masivo del plaguicida
organofosforado clorpirifós, conocido como Lorsban o Dursban, de la
multinacional Dow Chemical, cuyos efectos nocivos en el desarrollo neurológico
de fetos y niños está suficientemente probado. Pruitt, a más de opositor de
Obamacare, ha sido enemigo de las regulaciones ambientales, demandó varias
veces a la propia EPA, y niega la influencia de la actividad humana y del CO2
en el cambio climático. Veinte días antes de tomar la medida, Pruitt se reunió con
el director ejecutivo de Dow Chemical, empresa que gastó en 2016 más de 13.6
millones dólares en lobby y que, al parecer, aportó un millón de dólares para
las celebraciones de la posesión de Trump.
Es casi imposible investigar sin
respaldo económico y político-social. Pero no deben anteponerse el dinero y su
poder a los hallazgos científicos y al imperativo mayor de la salud y el
bienestar colectivos.
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